¿Quién Termino de Criarme?


Sabías que un grito puede cambiar tu vida.
Pues créelo. Yo lo descubrí de la manera más atroz que un niño puede imaginar.
Pasaba de la media noche cuando escuche que mi padre gritaba desde la cocina, mi madre me dijo que me escondiera bajo la cama y si creía que algo malo pasaba corriera. Y realmente paso algo malo, lo último que escuche fueron los gritos de mi madre y el ruido de pasos que se acercaban hacia mi habitación. Salte por la ventana y comencé a correr sin rumbo. No sé realmente cuanto tiempo estuve corriendo, pero debieron ser horas pues casi amanecía cuando choqué contra el señor Muguins.
El señor Muguins salía a barrer la hojarasca que el otoño comenzaba a marcar. Yo iba en pijama y mis pies descalzos únicamente protegidos por lo que quedaba de mis calcetines comenzaban a sangrar. En cuanto logre articular palabras me tomo en brazos y comenzamos a caminar por un amplio sendero entre un par de jardines llenos de pasto recién cortado y algunas flores silvestres que parecían un poco descuidadas.
Siempre recordé esa casa como algo hermoso, incluso después de varios años de no visitarla la imagen seguía fresca en mi memoria, por lo menos hasta ese fatídico día.
En cuanto entramos un par de mujeres se acercaron hacia nosotros. La mayor de ellas me recordó un poco a mi abuela, pero realmente no puedo decir que era así, el sueño hacia caer mis parpados y finalmente termino rindiéndome. Desperté varias horas después, la otra mujer estaba sentada junto a mi leyendo una revista, al verme se alegró, era una chica joven y por lo que recuerdo de sus facciones era muy bella. Tenía una piel muy blanca y unos labios pintados de rojo increíblemente bellos, el hombre que lograra conquistarla habría ganado demasiado, claro que si ella decidía salir de allí alguna vez. Una vez me hube despertado bien me dijo su nombre: señorita Skivy, la doctora de la casa de la Señora Muguins.
Pregunte por mis padres. Ella se inclinó hacia mí para darme un beso en la frente y abrazarme, según me explico habían asaltado mi casa y en el proceso asesinado a mis padres. Comencé a llorar. Ella se quedó allí hasta que finalmente deje de hacerlo.
¾    Quieres algo de comer.
Su voz sonó bastante cavernosa, ahora que lo recuerdo vaga. Salimos de la habitación y caminamos a lo largo de anchos pasillos apenas iluminados, ya que gruesas cortinas cubrían todas las ventanas. Finalmente llegamos a la cocina. La mujer mayor y el hombre con el que me había topado estaban allí. La mujer me dirigió una sonrisa bastante dulce que incluso era extraña. Me dio la bienvenida y acto seguido me ofreció galletas recién horneadas. Cuando hube terminado tanto ella como el hombre se sentaron frente a mí y se presentaron, además me dieron una nueva versión de lo que había ocurrido en mi casa, sin embargo, ya no llore, ya no tenía más lágrimas y por lo que había dicho la señorita Skivy estaría allí por varios años, por lo que creo que inmediatamente comencé a sentir que aquel era mi nuevo hogar. Y de hecho lo fue.
Los señores Muguins sin duda fueron bastante amables y dedicaron bastante tiempo a mi crianza, y no solo a la mía, también a la de otros niños que se encontraban allí y de otros que a lo largo de los años fueron llegando bajo diversas circunstancias.
El señor Muguins además de hacer los trabajos de jardinería era maestro de Historia, Matemáticas y Geografía. Y de verdad enseñaba bastante bien, un poco anticuado, pero de verdad que cuando llegue a la universidad sentía que la educación de mis compañeros no había sido tan avanzada como la mía.
La señora Muguins era la cocinera, además de maestra de idiomas; realmente no recuerdo su nacionalidad, de hecho, ahora que lo pienso jamás la menciono y nadie jamás tuvo intención de preguntarla, pero hablaba muy bien el inglés, francés, español y portugués. Debo admitir que me costó bastante aprender tanto, pero lo hice muy bien y ello me dio la oportunidad de conseguir mi puesto.
Y por último la hermosa señorita Skivy. Además de ser la doctora del lugar era la maestra de Literatura y Artes Plásticas. Debo admitir que pintaba los cuadros más hermosos que había visto, gracias a ella llegue a tomar un gran aprecio por el arte y por Shakespeare, ya que hablaba sobre él como si lo hubiese conocido en persona.
Pero ahora que recuerdo hubo un detalle que siempre me llamo la atención y que no había recordado hasta ahora. La ropa de todos era bastante anticuada y vieja. Los vestidos de la señorita Skivy además de resaltar su belleza y parecer anticuados a los ojos de cualquiera parecían llevar encima varios kilómetros de hilo y sus pasos siempre eran bastante ligeros. De hecho, los únicos pasos que generalmente resonaban eran los míos, algo que siempre me puso los pelos de punta, pero a lo que finalmente me acostumbre. Y qué decir de los señores Muguins. Los vestidos de la señora eran aún más viejos y de las mangas y cuello de su vestido parecían sobresalir vendas. Y los trajes del señor, nada que ver con la actualidad. Pero repito, hasta ahora no le había dado importancia. Y lo olvidaba, las únicas ropas que parecían ser distintas eran las de mis compañeros. Algunos vestían casi de la misma manera que la señorita Skivy, mientras que otros asemejaban a las de los señores Muguins y otras más parecían aún más antiguas y de diferentes épocas. Las únicas ropas actuales que siempre vi fueron las mías y las de otros niños que con el paso de los años fueron llegando.
Finalmente, cumplí dieciocho años. Tanto los señores Muguins como la señorita Skivy dijeron que era hora de que fuera a la universidad por lo que tenía que dejar la casa, ya que las leyes así lo estipulaban, pero que me apoyarían lo bastante como para que pudiera realizar mis estudios sin ningún problema.
Cuando llego el momento de irme sentí una sensación bastante extraña, hasta ese momento no recordaba haber salido a los jardines desde que llegué a la casa, de hecho, jamás ninguno de nosotros lo había hecho. El único que siempre había salido de la casa era el señor Muguins y solo lo hacía por las mañanas muy temprano o por la noche cuando el sol se había puesto completamente.
Sin embargo, por alguna razón me olvide de casi todo en cuanto llegue a la dirección que la señorita Skivy me había dado en un papel extremadamente viejo. Se trataba de un departamento que habían conseguido para mí.
Me instale en muy poco tiempo y gracias a mis deberes en la universidad me olvide por largo tiempo de mi infancia y adolescencia.
No fue sino hasta después de varios años de matrimonio que recordé el lugar y cuando hubo una oportunidad decidí regresar para una pequeña visita. Iba en un taxi que se guio únicamente por mi referencia. Los altos muros de piedra caliza que rodeaban la casa. Sin embargo, comencé a palidecer en cuanto me apeé del taxi.
Me encontré ante la verja que recordaba claramente, así como los altos muros que me habían hecho sonreír en cuanto las divisé, pero como ya lo había dicho palidecí en cuanto el conductor se detuvo ante la puerta del cementerio. El camino de adoquines seguía allí, pero el pasto estaba bastante descuidado. A pesar de todo entre.
Lo que yo creía era una casa no era más que una antigua cripta que el paso del tiempo había estado carcomiendo. Las piernas comenzaron a flaquearme, pero aun así me acerque. No había lapidas o placas con nombre alguno. Suspire aliviado, pero en ese momento un olor familiar comenzó a inundar el aire. Manzano en flor. pero allí no había ningún manzano, lo que pululaba por entre la tierra suelta eran varias docenas de orugas y el color de la misma también bastante similar.
Comencé a correr entre las tumbas y cuando finalmente me detuve mis ojos cayeron sobre una de las lapidas más viejas. Volví a palidecer, pues el nombre escrito estaba bastante fresco en mi mente. Voltee hacia otro lado abruptamente. Mis ojos cayeron sobre tumbas de niños, intente no mirar, pero me fue imposible. Volví a correr con los nombres de varios niños conocidos por mi persiguiéndome frente a mis ojos hasta que tropecé y caí. Me levante preparado para seguir corriendo cuando nuevamente el horror se presente frente a mis ojos.
Las viejas tumbas de un matrimonio se encontraban ante mis pies.
Estaba hiperventilando y sudando frio ya no me pude contener y lance un alarido, pero antes de ello una pregunta se agolpo en mi mente: entonces, ¿quién termino de criarme?
Sabias que un grito puede cambiar tu vida. Sali corriendo de allí pero eventualmente regrese al cementerio. La señorita Skivy dijo que me atropello un auto cuando lo hice y que esta vez ya no me ire jamás.

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